Nace en Bogotá en 1973.
Sus padres son profesores y militantes de izquierda. Se conocieron en Lovaina, Bélgica, y creen en la revolución.
Entre los múltiples libros de la casa hay uno forrado en rojo que dice “La Biblia” y es en realidad El Capital. Le explican que es para disimular en caso de redadas. Es el gobierno de Turbay Ayala.
Le explican que si algo pasa, que se meta debajo de la cama con su hermana y no salgan hasta no escuchar cerrar la puerta.
Se pregunta si todo este disimule sirve para algo.
Crece feliz en Banderas, un barrio con edificios de cinco pisos, apartamentos bajitos, potreros y múltiples escondites.
Juega por las tardes con sus amigos durante casi todos los días de su infancia.
Aprende lo que significa pertenecer a un barrio, tener una banda y tratar de conseguir novia.
Lee lo que puede.
Su padre le propone aventurarse a leer cosas serias.
Él no entiende. No hay nada más serio que Moby Dick, el Corsario Negro o Taras Bulba.
Escribe poemas. Quiere enamorarse.
Se inventa a Constanza, una chica revolucionaria inalcanzable de la que cae profundamente enamorado.
Se aburre en el Externado Camilo Torres y vuelve al Claretiano de Bosa en dónde asiste a los primeros congresos de la ONIC y participa en obras de teatro, periódicos y movimientos estudiantiles. Ama el cine.
Finalmente hace estudios de Economía en la Universidad Nacional de Colombia y entiende el Capital.
Durante sus primeros semestres se deja crecer el pelo, lleva una mochila, calza botas Grulla.
Pero descubre el cine y decide parecerse lo más posible a Andrés Caicedo, como tantos otros jóvenes de la ciudad.
Termina sus estudios de economía con una tesis sobre el capítulo XVII del tercer tomo del Capital que nadie lee.
Se deprime profundamente al acabarlo y se pregunta qué es lo que quiere realmente hacer de su vida.
Viaja al sur de Colombia a un congreso de la ONIC para, tal vez, hacer antropología económica, pero se da cuenta que no sabe hablar con nadie.
La universidad no se lo ha enseñado. Afortunadamente se encuentra con una señora generosa y amable que no tiene ningún problema en relacionarse con todo el mundo. Ella le dice que hace cine. Él no puede creerle fácilmente: en su cabeza un director es un coronel de tropa que se hace entender a gritos. Ella le explica que el cine es posible de a pocos gracias al encuentro y al compromiso. Le gusta la idea. Pasan toda una tarde hablando.
De vuelta a Bogotá, viaja convencido: lo que quiere hacer se llama cine. Esa señora es Marta Rodriguez.
Durante un tiempo trabaja como asistente de investigación en economía. Gana lo suficiente para pagarse un tiquete aéreo y decide viajar al país de su madre para estudiar cine. Estudia dirección en el IAD, pero no acaba, y decide hacer Imagen en el INSAS.
Conoce allí una nueva banda de amigos y se enamora.
Y hace películas al interior de un colectivo voa, siguiendo la polisemia de su fonética en francés.
Luego participa en una empresa que llaman The Blue Raincoat, asociando Leonard Cohen a la lluvia de Bruselas.
Y lo más importante: tiene dos hijas.
nicolasrincongille@gmail.com